Lo probé atraído por su sistema de combate basado en físicas. Es cierto que los movimientos pueden parecer ortopédicos y hasta dar la impresión de que los personajes estén borrachos, pero en cuanto a combate cuerpo a cuerpo es lo más realista que he probado.
Salvo en ciertas situaciones como en las que es necesario concentrar daño en un único objetivo me pareció un personaje bastante eficaz, siendo muy útil para combatir a grandes grupos de enemigos. En esta entrada cuento como acabó mi nigromante después de terminar los cinco actos en dificultad normal yendo solo. Obviamente la distribución de puntos tanto en stats como en habilidades no tiene nada que ver con una build competitiva para multijugador, donde se da por hecho que nos va a ayudar un personaje de nivel muy superior a pasar el juego en normal y a subir de nivel para asignar exactamente los puntos en habilidades muy concretas.
En la mayoría de sagas, la segunda parte suele ser un poco mejor que la anterior, ofreciendo más de lo mismo, pero hay algunos casos en los que la segunda parte mejora la primera en TODOS los aspectos. Este es uno de esos casos, y con una distancia de apenas tres años y medio de diferencia, que siendo Blizzard, es poco tiempo.
Antes de encarar al combate final contra Diablo, aún no llevando el mejor equipo la verdad es que iba bien preparado. No en vano limpié TODOS los niveles del laberinto salvo por un único monstruo, un élite llamado «Warlord of Blood» al que mis magias parecían no afectarle, así que opté por evitarle y seguir mi camino.
Tal y como hice con Rayman hace un par de años, me propuse terminar el primer Diablo —que en anteriores ocasiones siempre lo había dejado a medias— y esta vez lo he conseguido.